sábado, 29 de diciembre de 2007

Centrales Eólicas y Paisaje


En estos tiempos, en la mayor parte de Europa, incluida Euskal Herria, en que las necesidades de casi toda la población supuestamente están cubiertas, -aunque esto también es discutible y una excepción aquí sería, para muchos, el derecho a la vivienda-, se empiezan a valorar como indicadores de la calidad de vida, otros parámetros aparte de los bienes materiales o de consumo. Uno de los más tenidos en cuenta es la calidad del entorno o paisaje, que se llega a considerar como un derecho.
El derecho al paisaje, que hasta hace poco tiempo podía ser considerado un planteamiento poco realista, es ya una realidad desde que el Consejo de Europa en el año 2000 aprobara la “Convención Europea de Paisaje”, donde pone de manifiesto que el paisaje es:
-Un elemento importante de la calidad de vida en todas partes.
-Un componente fundamental del patrimonio cultural y natural.
-Un recurso favorable a la actividad económica y a la creación de empleo.
En dicha Convención se afirmaba también, y éste es su principal objetivo, que es preciso tener en cuenta las rápidas transformaciones actuales de muchos paisajes y actuar para evitar su degradación, desarrollando políticas destinadas a la protección, la gestión y la ordenación de los paisajes europeos.
Actualmente son muchos los fenómenos de contaminación visual y de destrucción del paisaje. Uno de los más graves es la construcción de centrales eólicas (y peor todavía si se construyen en las cimas de las montañas). De esto ya tenemos conocimiento en la Llanada Oriental alavesa, donde ya está instalada la Central Eólica de Elgea-Urkilla.
Es tal la saturación de centrales eólicas que nos quieren imponer que la destrucción del paisaje va a ser irreversible. En Alemania (principal productor de energía eólica) hace ya tiempo que se han dado cuenta de ello y ante la gran cantidad de centrales eólicas que ha cambiado buena parte de su paisaje, se empieza a hablar ya de “Locura Eólica” (portada de la prestigiosa revista alemana Der Spiegel en su número de 29 de marzo de 2004).
Para algunos el impacto estético de una central eólica no se puede poner en la misma balanza que los graves problemas de contaminación atmosférica que sufrimos, porque el paisaje lo consideran un aspecto secundario de la realidad, casi un lujo que, en todo caso, deberá ser tenido en cuenta cuando se hayan resuelto otras cuestiones prioritarias como la de la contaminación. Los que así piensan, valedores de este tipo de destrucción del paisaje, no tienen en cuenta para nada que las grandes centrales eólicas que aquí nos construyen no sustituyen a la producción de energía contaminante –ahí siguen la peligrosa central nuclear de Garoña, o las centrales de ciclo combinado que queman gas, o las muy contaminantes centrales térmicas de Santurtzi y Pasaia, que cuando están en funcionamiento baten records de contaminación y de las que muy pocos hablan-. Las macrocentrales eólicas vienen a ser otra fuente más de producción de energía para las grandes compañías, con la que abastecer el aumento de la demanda energética y de paso obtener tanto ventajas económicas como de imagen.
La única energía limpia es la que no se consume, y mientras no se potencie el ahorro y la eficiencia energética, y mientras no se trate de atajar el aumento desmesurado del consumo, la energía eólica no será una alternativa a la contaminación, y no merecerá la pena la destrucción del paisaje que supone. (Esto está referido a la producida por grandes centrales -como las que nos quieren imponer en distintos puntos de Álava-, en contraposición a la energía eólica a pequeña escala, descentralizada y respetuosa con el patrimonio paisajístico y natural, que sí se puede considerar como alternativa).

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